Vuelta al Aneto

 

 

Una vez aparcado el coche, lo primero que pensé fue en lo bonita que es la zona y los pueblos que vimos por el camino. Al bajar del coche noté que tenía las piernas muy agarrotadas debido a las horas de viaje, lo comenté con los compañeros haciendo constar que una semana atrás se me habían subido los gemelos en un entreno de 15 kilómetros. Esto provocó comentarios del tipo “estas a tope”, “los pros sois así”, “el entreno lo tienes hecho”, muy majetes ellos. Según nos dirigíamos a escuchar la charla técnica, observamos por las calles de Benasque el ambiente deportivo especial que tiene la prueba: mucha animación, gente que se la veía muy fina, en forma, con esas sonrisas que reflejaban que algo gordo iba a pasar en las siguientes horas.

En la charla técnica sentí que había nervios, las miradas tensas, con ilusión; pero se notaba en el ambiente que nos íbamos a enfrentar a un reto complicado. Los ponentes fueron comentando, apoyados con imágenes, las distintas partes del recorrido resaltando aquellos tramos más peligrosos. Entre otros, íbamos a atravesar neveros y debíamos extremar las precauciones. Comentaron que en algunos tramos habría cuerdas instaladas por seguridad para facilitar la subida y bajada. Reseñaron algunos tramos muy técnicos con grandes bloques de piedras y otros con piedra suelta en los había que prestar atención por si caía alguna piedra de corredores que estuvieran más arriba. Otro punto sobre el que hicieron hincapié fue una trepada vertical de 3 metros en la que nos encontraríamos cuerda.

Finalizada la charla técnica, luego la llamaríamos “acojone técnico”, cenamos en Benasque y fuimos a dormir. Me costó algo quedarme dormido, serían las doce y media de la noche y el despertador iba a sonar a las cinco de la madrugada.

Me desperté varias veces en la noche, es habitual en mí, estaba nervioso, sonó la alarma del móvil; me duché y empecé a preparar la mochila. Cuando estuvimos todos preparados, fuimos en coche a Benasque. Aquí, Carlos y Jorge fueron hacia la salida para ver qué ambiente había. En cambio, Emilio y yo preferimos tomar un café. A mitad del café, volvieron Carlos y Jorge, pagamos y nos situamos en el cajón de salida.

Continuaba nervioso, Carlos me gastaba bromas sobre mis nervios, no conseguía hacerme sonreír, estaba tenso. El ambiente era muy animado, la gente hablaba distendidamente, con música y un speaker entregado. Todos reían y se hacían fotos. Sin embargo, yo no conseguía contagiarme del ambiente festivo, nos hicimos una foto de grupo y momentos antes de la salida nos chocamos las manos deseándonos suerte. La música paró, empezó la cuenta atrás y dieron la salida a la carrera.

Tramo Benasque – Refugio de la Renclusa

Salieron por delante, Emilio y Jorge, más atrás íbamos Carlos y yo, de los últimos. Atravesamos varias calles de Benasque y pronto salimos del pueblo por un camino paralelo a la carretera. Después de unos minutos alcanzamos a Emilio, Jorge iba más adelante, iba fuerte.

Comencé a pensar que debía tener cuidado con las caídas tontas, ya me había pasado en alguna carrera que cuando hay mucha gente en grupo me tropiezo con facilidad, nunca me había hecho daño, pero sí me había tropezado.

En un momento dado, Carlos decidió tirar hacia delante también, nos quedamos juntos Emilio y yo. Fueron pasando los kilómetros entre pista y senderos, corríamos y caminábamos, de vez en cuando hacía fotos, no quería irme sin fotografiar todo lo que pudiese.

Llegamos a Llanos del Hospital, observé a una corredora pararse y pedir un pitillo a una conocida, le comenté con gracia que si era este el avituallamiento. Me sonrió y me dijo que terminaba, que ya tenía pensado pararse allí.

A partir de aquí, noté que estaba disfrutando muchísimo del paisaje, de la carrera, del ambiente y, por supuesto, de la compañía de Emilio. Me daba la vuelta varias veces para contemplar el valle, estaba realmente contento, recogía algunos geles y envoltorios que se le habrían caído a corredores que irían más adelante. Corríamos a un ritmo muy conservador, estábamos aún en el kilómetro 15 de carrera. Nos cruzábamos con senderistas que nos daban ánimos, yo les daba las gracias y los buenos días. Da gusto encontrarse siempre con gente maja en la montaña. Noté que los nervios habían desaparecido. Eso era una buena noticia.

Continuábamos con un ritmo conservador camino del avituallamiento del Refugio de la Renclusa. Con calma, llegamos faltando unos 25 minutos para el cierre de control.

Paramos bastante tiempo, sabíamos que partir de ese momento la carrera se endurecía. Tuve que usar los baños, comimos bastante, el caldo caliente es lo que mejor me sentó: ¡Qué rico y calentito estaba!

 

Al cabo de unos minutos, oí un comentario sobre qué los escobas ya habían llegado al Refugio, empecé a preocuparme, pregunté a la organización que si ya habían pasado los escobas, a lo que un hombre que estaba justo a mi lado; y que llevaba una escoba a la espalda, me indicó que él era el escoba, pero que estuviera tranquilo. Busqué a Emilio, le dije que tirásemos, que en 5 minutos cerraban el control.


Refugio de la Renclusa – Presa de LLauset

Desde el Refugio, subimos un poco y pronto comenzamos un descenso mucho más complicado de lo que yo esperaba, bastante resbaladizo. Nos encontramos con un grupete en el que se había caído un corredor, se había hecho daño y se estaba reponiendo del susto ayudado por varios corredores, no era grave.

Iba yo delante, Emilio a unos metros, estaba concentrado pero alegre, oí un ruido detrás y vi que Emilio se había tropezado, acto seguido fui yo el que caí al suelo. Eso por mirar y seguir andando. No pasó nada, nos levantamos, sonreímos y seguimos. Al cabo de varias decenas de metros, me caí de nuevo, esta vez sí me hice un poco de daño y me asusté, había sido un buen golpe sin muchas consecuencias, algo de dolor en el glúteo, brazo y mano derecha. Tenía que estar más alerta. Según íbamos bajando, veía a los escobas muy cerca, eso me agobiaba.

Por fin, acabó el dichoso descenso y comenzamos la ascensión a Salenques, a partir de aquí era imposible correr. A medía ascensión nos cogieron los “corredores escoba”,  no me gustaba nada tenerlos justo detrás. No creía que fuéramos tan lento. Les pregunté si tan mal íbamos, me contestaron que íbamos justos para pasar el siguiente control, pero que íbamos bien. Decidí aumentar el ritmo, quería perder de vista a los escobas, el problema era que había corredores más adelante que debido a lo estrecho del camino no conseguía sobrepasar. Alguno incluso se paraba a tomar aire; pero no se apartaba, fui paciente y cuando el sendero lo permitió sobrepasamos a varios.

Seguíamos subiendo, se hacía duro, nos encontrábamos con bloques y bloques enormes de piedras; cruzábamos tramos nevados peligrosos, hincaba los bastones como si no hubiera un mañana, sentía como el pulso se me aceleraba, no era por cansancio; sino por miedo. La adrenalina, la estaba generando en cantidades industriales. Emilio, iba delante ahora, yo era más reservón; iba más despacio, tratando de calcular cada paso que daba en los neveros. En las rocas trataba de visualizar en mi cabeza el trazado para los siguientes 10 metros. En una de las rocas resbaló mi zapatilla izquierda y me raspó el cuádriceps derecho, salía un poquito de sangre, no era nada, un rasguño. Emilio me preguntó si estaba bien, le dije que sí, que me iba a tapar el rasguño con la malla para que la presión hiciera que parase de sangrar, era muy superficial pero soy así de flipado.

Subíamos y subíamos, no se acababa nunca, encontramos un nevero bastante vertical para el que la organización nos desviaba por unas rocas a su derecha para no pasar por ahí. Varios corredores cruzaron por la nieve, era un riesgo innecesario. Vi que eso era un puente, por un hueco observé como a dos metros hacia abajo había rocas. Pensé que si cedía podría ocurrir un accidente grave, lo comenté con Emilio y seguimos prudentemente por las rocas.


Más arriba, siempre Emilio por delante, nos encontramos con unas cuerdas para subir los últimos metros de Salenques, me aferré a la cuerda con fuerza, era muy vertical. Si me soltaba de la cuerda, me caería. De nuevo el pulso se aceleró. Silencio absoluto, sólo escuchaba mi respiración y mis latidos, noté que sudaba, aunque en realidad hacía bastante fresco, ya que estaríamos cerca de los cero grados.  Máxima concentración, mano derecha sobre la cuerda, después mano izquierda más adelante, avanzaba con el pie izquierdo y luego el derecho; otra vez avanzaba con la mano derecha, de nuevo la izquierda y así sucesivamente varios metros. Por fin, hicimos cima en Salenques, a falta de una hora del cierre de control. No hacía fresco, era frío y soplaba mucho el viento, pensé en el voluntario que estaba en la cima ¿Cuántas horas llevaría allí? Por nuestra parte hacía 7 horas desde que comenzó la carrera.


No nos paramos, decidimos bajar inmediatamente, de nuevo ayudados por cuerda, cruzamos por numerosos ibones; también subimos otro collado, con muchos bloques de piedra. Se hacía muy duro, estábamos realmente hartos de las piedras. Apenas corríamos, era andar, andar y andar. Pero sabíamos que lo peor ya había pasado, en Salenques nos habían dicho que el que pasaba Salenques acababa. Esa frase no paraba de repetírmela en la cabeza. Eso y saber que no debían de quedar más de 1000 metros de desnivel positivo me motivaba.

Notaba como las piernas ya no iban tan frescas, bebí mucha agua y tomé varios geles, me quedé sin agua, podía haber cogido de algún lago y potabilizarla, pero como Emilio iba bien de agua, le pedí a él.  Debían quedar como tres o cuatro kilómetros hasta la presa de LLauset. No consideré que hubiera riesgo de deshidratación. Además, orinaba bastante, no debía ir tan seco, me preocupaba que aparecieran los calambres por falta de sales o agua.

Antes de subir el último repecho, que luego bajaríamos para llegar a la presa, vimos a Carlos que nos estaba esperando. Él ya nos había visto antes, estaba muy entero, no parecía que estuviera sufriendo, charlamos un poquito según avanzábamos y comenzamos a subir el repecho de unos 200 metros de desnivel. Yo iba detrás, creía que iban más frescos ellos y trataba de aguantar su ritmo. A mitad de la subida, pararon un poco para tomar aire mientras hablaban con una pareja que nos había alcanzado. Yo paré un poquito y seguí, quería quitarme el repecho cuanto antes y llegar a la presa, necesitaba el avituallamiento. Llegué a la cima el primero del grupete, esperé al resto mientras hacía algunas fotos.

Comenzamos a descender, volvía a estar detrás del grupete, corríamos, las piernas respondían aún. Llegamos a la presa una hora antes del corte horario. Tomé café, caldo, agua, coca cola, sándwich, plátano y galletas con chocolate. Me sabía todo a gloria, me estaba poniendo fino filipino, el estómago funcionaba muy bien.

Carlos decidió abandonar, intenté convencerle para que siguiera. A Emilio ya le había dicho antes que si él seguía, yo también. Nos quedaban 24 kms pero sólo unos 600 metros para arriba, debíamos seguir, con determinación. Estaba con la moral por las nubes.

Presa de LLauset – Refugio Coronas

Como decía, quedaban 24 km y 600 metros para arriba, eran 5 km de sufrimiento hasta el Collado de Ballibierna y luego todo bajada y a disfrutar. ¡Qué equivocado estaba!

Los 5 kilómetros hasta Ballibierna se hicieron largos, en los primeros dos kilómetros nos cruzamos con 2 “escobas” acompañando a dos corredoras en sentido contrario al nuestro. Iban hacía la presa, se querían retirar, una de ellas coja, me preocupó su sufrimiento, es muy duro avanzar con un esguince, su cara era un poema, su expresión facial: tardaré tiempo en olvidarla. La otra corredora, su retirada era más psíquica que física, comentó que estaba harta de tanta roca, que no podía más. La entendimos perfectamente. Me sorprendió cómo a pesar de estar derrotada, con la moral por los suelos, tuvo la generosidad de darnos ánimo, muchos ánimos. Nos dijo que quería vernos llegar a Benasque.

Seguimos subiendo y alcanzamos a otra corredora que ya nos habíamos encontrado antes. Charlamos con ella, amenizamos la subida, había sendero; pero también roca, estábamos hartos, muy hartos de la roca. Iba yo delante, quería subir cuanto antes, tiraba fuerte o lo que creía que era fuerte. Estaba atardeciendo, no quería estar en los collados de noche, me daba pavor afrontar una bajada muy técnica de noche. Me asustaba pasar mucho tiempo con el frontal, yo tiraba y tiraba, daba ánimos tanto a Emilio como a la corredora. “Vamos que ya llegamos” les decía, se hacía larga la subida, roca, roca y roca. A veces parábamos a descansar, se empezó a hacer duro, el sol se ocultaba entre los collados, había aún bastante luz, pero estaba intranquilo. Paso a paso, metro a metro, un poco más, un poco más, por fin llegamos a Ballibierna. Eran cerca de las 21:00 horas, llevábamos 14 horas, 40 kilómetros y prácticamente los 3600 metros de desnivel positivo realizados.

Nos estaban esperando voluntarios en la cima, nos animaron e indicaron que la primera parte de la bajada había que tener cuidado, era técnica, también que a partir del segundo ibón, que veíamos podríamos correr y que antes nos encontraríamos la trepada de 3 metros con cuerda de la que ya nos habían informado en la charla. Ahora quedaba bajar, a unos 5 kilómetros encontraríamos el Refugio. Les dimos las gracias y comenzamos el descenso.

Los primeros metros de bajada se me hicieron muy técnicos, con mucho desnivel y piedra suelta. Le pedí a Emilio que fuera delante, baja mejor que yo; además atardecía y yo veo peor.

Seguí a Emilio, llegamos a una zona algo confusa para nosotros, nos pareció que las marcas del camino nos indicaban que debíamos bordear un nevero pasando entre este y una pared situada a apenas 20 centímetros, el tramo nevado tenía unos 4 metros de largo y unos 60 centímetros de profundidad, no nos gustaba la idea. Decidimos sacar los bastones, culear y frenar la caída hincándolos en la nieve y frenando con los talones. El primero en pasar fue Emilio, lo realizo sin problemas, acto seguido atravesé yo, noté el frío en los glúteos, era agradable, frené con los bastones y llegué al final, me quedé un poquito sentado con la nieve debajo, dejó de ser agradable. Le dije a Emilio que el hielo estaba frío de cojones, pasó de mi comentario y continuamos.


Antes de bordear el segundo ibón, nos encontramos con la trepada de 3 metros. Emilio la pasó muy bien, yo no veía como subir, le pedí ayuda, me agarré a la cuerda, subí un poco, Emilio me ofreció su brazo, me cogió el mío y me subió con una facilidad sorprendente, de hecho le tuve que decir que parara de tirar que me iba a desollar. Después cuando me vi seguro, le pedí que me soltara y lo hizo. ¡Gran ayuda!

La noche se nos venía encima, paramos para ponernos el frontal y la luz trasera. El camino estaba muy bien señalizado: las banderolas reflectantes no parecían tener perdida, había sendero y también alguna pequeña roca, íbamos muy lentos. Yo seguía detrás, Emilio tiraba, despacio pero tirábamos, pasaba el tiempo, noche cerrada. Emilio me preguntaba si iríamos bien, no se veía dónde podía estar el Refugio, me decía que quizás nos habíamos perdido. Empezamos a pasarlo mal, decidí ser yo el que fuera delante. Le contaba a Emilio que mal no debíamos ir, que íbamos bajando, que se oía el río, y que además veíamos las banderolas y marcas del sendero. Emilio me comentó que empezaba a estar preocupado, tenía que coger un vuelo y no se podía permitir perderse. No le importaba pasar la noche perdido, pero tenía que coger ese vuelo. No corríamos nada, andábamos, aunque de día seguro que si hubiéramos podido. Emilio cada vez estaba más preocupado, le seguía dando ánimos, que estuviera tranquilo, que seguro que llegábamos al Refugio Coronas. Me indicó que en el Refugio se retiraba, que si los 14 kms que quedaban eran así, íbamos a llegar a las 4 de la mañana a meta y que tenía que descansar. Le dije que eso no podía ser, que había que acabar como fuera. La situación se hacía cada vez más complicada, le comenté que si él se retiraba, yo también lo hacía, que bien acabábamos los dos o nos retirábamos los dos.

Nos paramos, el frontal de Emilio se había quedado sin pilas, según las cambiábamos despotricábamos de todo lo habido y por haber. De repente, según hablábamos, oímos unas voces que nos dijeron “tenéis el Refugio a 400 metros”. Miramos en dirección al sonido, vi unas luces de frontal y pregunté “¿a cuánto?”. Respondieron “A 400 metros, pasáis un curva y lo veis”, les dimos las gracias y continuamos.

Era cierto, pronto llegamos al Refugio, eran casi las 23:00. Nos recibieron con mucha alegría, me preguntaron qué tal iba, les dije que bien, pero que Emilio se quería retirar, entre todos los voluntarios empezaron a animarnos, especialmente a Emilio. Yo mientras tomaba caldo, sándwich, galletas, alguna gominola y coca cola. ¡Qué forma de comer!

Emilio les preguntó si por el terreno que quedaba se podía correr, que teníamos entendido que era pista, pero no nos fiábamos. Nos afirmaron que casi todo era pista, que había algún tramo de sendero pero que casi toda la bajada se podía correr. Nos animamos, recargamos agua y decidimos continuar.

Refugio Coronas – Benasque.

Después de unos metros, llegamos a la pista. Intentamos correr, después de varios metros tuve que parar, me daban arcadas, el caldo aún no lo había digerido. Esto me preocupó, si el estómago me daba problemas, los 14 kilómetros se harían eternos. Comenzamos a caminar, rápido pero caminábamos solo. Empezamos a echar cuentas, si quedaban casi 14 kilometros e íbamos andando nos debían quedar como dos horas y media aún. Llegaríamos a la una y media.

Yo estaba realmente mal, me dio un retortijón en el estómago, tuve que parar y en un hueco orinar de nuevo. Emilio siguió andando despacio sin perderme de vista. Volví a alcanzarle, el estómago estaba tocado pero parecía aguantar. Seguimos andando y charlando, muy pendientes de no perdernos ya que había que desviarse por el bosque para acortar el recorrido de la pista. Corríamos algún tramo, sabíamos que el desvío estaba a unos ocho kilómetros y medio de meta, parecía no llegar nunca el desvío, tardamos una hora y media en llegar al desvío.

Cogimos un pequeño sendero algo empinado de bosque, con los metros se fue haciendo más tendido. Después de diez minutos, vimos luces de frontales y mucha animación por parte de unos voluntarios, llegamos a su altura y comenzó de nuevo la pista. Nos dijeron que nos quedaban cinco kilómetros para llegar. Estábamos rotos, les di las gracias por esperar a dos mataos como nosotros. Les dije que tenía mucho mérito lo que hacían, son una familia, se les veía contentos por ayudarnos.

Continuamos, comenzamos a hablar de nuevo, nos mentalizamos que no eran cinco kilómetros los que quedaban sino ocho. El ritmo era muy lento, corríamos algún tramo, pero apenas aguantábamos unos cientos de metros, seguimos, seguimos, era agónico. Por más que avanzábamos no veíamos Benasque.

Después de lo que me pareció una eternidad, nos cruzamos con varias personas que nos dijeron que nos quedaban unos tres kilómetros. Pasó el tiempo y volvimos a preguntar cuánto quedaba para llegar, también nos dijeron tres kilómetros. Fue un mazazo en nuestra moral, parecía que por más que anduviéramos estaríamos siempre a falta de tres kilómetros. Estábamos muy cansados, yo no sabía ya lo que me hacía dar pasos. Emilio también iba muy justo, no paraba de mirar el mapa, yo trataba de animarnos.

Era horrible, tenía las piernas muy cargadas, trataba de hidratarme, iba muy justo, me dolía el paladar. Lo atribuí a la deshidratación, el polvo del camino, el cansancio, las defensas bajas y, en general, a todo.

Según estaba andando y pensando en lo duro que era esto, Emilio me adelantó corriendo y gritando como un loco. Me hizo reír, este tío es un grande, está colgado. Esto me animó y comencé a correr yo también. Llego un momento que volví a ponerme yo delante, Emilio miraba el mapa y trataba de contactar con Jorge y Carlos para decirles que estábamos ya cerca.

Por fin vi unas luces a lo lejos, tenía que ser Benasque, le dije a Emilio que eso debía ser Benasque, que no podía ser otra cosa, intentábamos correr, era un ritmo muy lento, casi andábamos en realidad. Después de muchos metros, cruzamos el río por un puente, mientras oíamos un cencerro que desde el otro lado estaba haciendo sonar un voluntario. Volvimos a preguntar que quedaba, nos dijo que nada, menos de un kilómetro.


Entramos el pueblo, estaba muy contento, mi primer ultra, esperé a Emilio, iba un poco más lento. Nos esperaban en la entrada Carlos y Jorge. Carlos nos grababa con el móvil mientras corría con nosotros. Estaba hecho, lo iba a lograr. Cumplía con una ilusión, con un gran reto y unas enormes ganas de disfrutar y de vivir.

La gente nos aplaudía, nos animaba, nos chocaba las manos, pisamos la alfombra roja, ahí estaba el arco de meta. Miré hacia atrás, me puse a andar, entré en meta junto a Emilio.

Eran las 2 de la madrugada, 19 horas, 58 kilómetros, 3600 metros de desnivel y mucha felicidad que recordaré por mucho tiempo.

¡Soy ultra! ¡Soy finisher!

Gracias Carlos, Emilio y Jorge.

Fran Ortal

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