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Ante un reto como el de escribir sobre la alimentación en nuestro deporte, la primera sensación es de vértigo. Vértigo ante la amplitud del tema, puesto que el abanico de posibles formas de tratarlo que se abre ante nosotros es tremendamente amplio. Podemos enfocarlo hacía los diferentes principios contenidos en los alimentos, describiéndolos según sus cualidades fundamentales y su aplicación al montañismo. También podemos explicar cómo deben ser distribuidos dichos alimentos a lo largo de una jornada, o analizar las posibles diferencias de dieta en función del momento de la temporada. Pero no acabaría ahí el espectro de posibilidades, puesto que cada modalidad de entre los deportes de montaña y escalada tiene sus particulares exigencias. Además, deberemos tener en cuenta el género de la persona practicante e, incluso a igualdad de género, diferencias anatómicas, como las que puedan existir entre sus respectivos porcentajes de grasa corporal, o determinadas situaciones individuales, fisiológicas y patológicas, como el embarazo, la anemia, la diabetes o una hipercolesterolemia. Y todo ello nos permitiría ir ampliando los posibles tratamientos del tema, sin llegar, en absoluto, a agotarlo, pero por alguno debemos empezar, así que, ¡hagámoslo por algo básico!
Tipos de nutrientes y deportes de montaña y escalada
Dando por sentado el principio de que la energía ni se crea ni se destruye, y aplicando al ser humano aspectos que tenemos asumidos en el caso de las máquinas, podemos comenzar diciendo que para funcionar correctamente necesitamos varios tipos de sustancias.
Por un lado son precisas aquellas que forman el chasis o estructura; es decir, el esqueleto, la piel que nos envuelve y protege y los demás sistemas y órganos del cuerpo. En segundo lugar, necesitaríamos fuentes de energía o combustible, que en nuestro caso serían los diferentes alimentos energéticos y, por último, no podemos olvidar que el mejor motor de coche, sin aceite, no funciona bien, por lo que será preciso tener en cuenta la necesidad de conseguir esas sustancias que, a pesar de no producir energía por sí mismas, son imprescindibles para obtenerla, por lo que se suelen denominar reguladoras.
Además de los tres grupos citados, hay que recordar también la obligación vital de conseguir agua y la conveniencia de no olvidarnos de la fibra.
LOS ENERGÉTICOS
Siguiendo ese esquema, podemos establecer una clasificación comenzando por citar aquellos en los que predomina la función energética, tal como ocurre en los que son ricos en hidratos de carbono o en los que contienen abundancia de grasas.
Pero el montañero que metiera en el mismo saco ambos tipos de productos, considerándolos como similares, se equivocaría de pleno.
Y es que los hidratos de carbono se caracterizan por su capacidad para ceder la energía que contienen tras un breve proceso metabólico, por lo que nos sirven para una recuperación muy rápida de los gastos a que nos obliga la práctica del montañismo.
Por el contrario, las grasas, por su ritmo metabólico, no pueden ofrecernos una disposición tan inmediata de la energía que contienen, y eso a pesar de que una de sus estimables cualidades es la de tener una alta densidad energética, ya que si un gramo de carbohidrato produce 4 calorías, el mismo peso de grasa nos aporta 9 calorías.
Esto se convierte en una trascendental ventaja cuando pensamos en largos viajes autónomos, como las travesías polares, o en ascensiones, en las que reducir el efecto de la ley de la gravedad es importante, puesto que para obtener las calorías necesarias para el reto propuesto, a cambio de sacrificar el equilibrio de la dieta de esos días al incluir más grasas de lo habitual, podemos reducir el peso y el volumen de la pulka o de la mochila.
LOS ESTRUCTURALES
También los alimentos ricos en proteínas tienen sus “intríngulis” cuando los vamos a utilizar en la montaña. Por ejemplo, si los examinamos desde el punto de vista de su uso en la muy alta montaña debemos considerar que para su metabolismo y aprovechamiento se precisa una cantidad de oxígeno bastante mayor de la que se necesitaría para obtener la misma cantidad de energía a partir de sustancias como los hidratos de carbono.
Esta característica resulta especialmente digna de consideración cuando la actividad alpinística se desarrolla en altitud extrema, puesto que en ella escasea ese gas vital que es el oxígeno y una dieta rica en proteínas supondría para nuestro organismo una necesidad extra y los consiguientes problemas para cubrirla.
LOS REGULADORES
Respecto a las sustancias reguladoras, grupo en el que se incluye a los minerales y las vitaminas, también podemos hacer algunas consideraciones desde el punto de vista del montañismo.
Algo común con otros deportes es que, dado el mayor gasto de calorías que exige la actividad física, también precisamos cantidades más elevadas de ambos tipos de sustancias y, en condiciones normales de alimentación, nuestra dieta las contendría.
Pero, además, la montaña puede plantearnos exigencias suplementarias. Por ejemplo, la estancia prolongada en altura estimula la producción de más glóbulos rojos y, para hacer frente a esa necesidad, la dieta deberá aportarnos una cantidad de hierro mayor de la normal.
De la misma forma, el consumo de aguas de deshielo, con su pobreza en sales disueltas, hace aconsejable recomendar al montañero que suplemente con minerales su habitual alimentación en caso de que la situación sea prolongada.
En cuanto a las vitaminas, un par de aspectos diferenciales del montañismo respecto a otros deportes pudiera ser el de que la dieta, en travesías largas o estancias en zonas remotas, no siempre contiene las cantidades deseables de vegetales frescos y frutas, pudiendo dar lugar a problemas de salud por carencia.
Como anécdota recordaremos el escorbuto que afectaba gravemente a los marinos en sus largas travesías hasta que se resaltó la importancia del uso de fruta o el de ciertas algas, método éste preconizado ya en el siglo XVIII por el Dr. Lardizabal.
Incluso sin esa falta, la actividad intensa en lugares fríos y de aire seco, como suelen ser los de alta montaña, hace que las mucosas del aparato respiratorio sufran un mayor deterioro, y en ese punto, la suplementación con ciertas vitaminas, como la A y la C, puede ser una buena ayuda, cuando no una necesidad.
LA FIBRA
Y, si de necesidades hablamos, la fibra es uno de los elementos que echaremos en falta si la travesía, el asalto a la cima o el viaje de turismo de altura se prolongan y la dieta no nos aporta el mínimo necesario, puesto que las heces, a falta del agua que hubiera retenido esa fibra en el intestino, se volverán secas y duras, convirtiendo la defecación en un martirio
EL AGUA
Pero no es esa la única forma en que nos puede afectar la falta de ese líquido. Dado que el aire de montaña es más seco que el de las zonas bajas y si a la altitud sobre el nivel del mar añade sus efectos el frío, las necesidades cotidianas de agua se hacen mucho mayores al sufrir importantes pérdidas por vía respiratoria.
Las vitales connotaciones que tiene la deshidratación en muchas de las actividades practicadas en montaña hacen que sea el agua el elemento más valorado del “menú”.
Su disminución nos limita el rendimiento hasta límites incompatibles con la seguridad e incluso con la vida y si en esas condiciones el antes citado frío llegara a afectar, como suele, a los tejidos más periféricos, las congelaciones incrementarían su gravedad al ser la sangre, por la deshidratación, más espesa y tener, por lo tanto, mayores dificultades para prestar su calor, oxígeno y alimento a las zonas más expuestas a la agresión térmica.
Solemos afirmar con orgullo ante quienes lo desconocen que el montañismo es mucho más que un deporte y, tal como hemos visto, también su dieta, para hacer frente a las dificultades con que la montaña protege su maravilloso entorno, tiene particularidades que la diferencian. Quedan aun muchos más aspectos por tratar, pero será en otro momento.
Fuente: Revista “ The Gryffin” [ www.thegryffin.com ]
Dr. Kepa Lizarraga
Asesor Médico de la Federación Vizcaína de Montañismo y
de la Federación Vasca de Deportes de Invierno.
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