No he subido más de dos escalones y el Sr. Tesorero empieza a dar muestras, bien temprano, de su mal humor – los coordinadores están para algo más que cobrar en el autobús – me dice mientras me da una colleja. ¡Ole y ole! Instintivamente encojo el cuello, subo los hombros e intento abrir los ojos que se me han cerrado después de sentir el impacto.

Acabo de subir los escalones y busco un asiento libre en la parte delantera del autobús, mirando de reojo a los lados, para evitar nuevos toques de despertador.

Después de esperar los minutos de cortesía, nos ponemos en marcha para recoger al resto de participantes en las paradas de Plaza Castilla y Las Rozas.

Es en Plaza de Castilla donde la Sra. Coordinadora de Cordales se da cuenta que ha olvidado su calzado de montaña en el maletero de su coche “R-Line” y tiene que volver a buscarlo, tomando un taxi. Más tarde consigue unirse de nuevo a la expedición en la parada de Las Rozas, sin hacernos esperar más que dos minutos.

Por la A-6 pretendemos llegar a Ávila, circunvalarla dirección El Barraco y desde aquí, ahora dirección Burgohondo, pasar por San Juan de la Nava y Navalmoral. Ya sólo queda subir por la estrecha calzada, el sinuoso Puerto de Mijares, punto de inicio de nuestro cordal de hoy.

Durante el trayecto en bus, como siempre, hemos procedido al cobro de la actividad. Esta vez pocos, 8 ó 9, debido a que se ha rogado el pago mediante tarjeta, lo que facilita la gestión económica de la actividad y ahorra trabajo al Sr. Tesorero, por lo que no entiendo su peculiar y cariñosa forma de despertarme.

Falta poco para llegar a lo alto del Puerto de Mijares y a través de la megafonía del bus, damos las últimas instrucciones acerca de la ruta.

Hoy tenemos dos opciones. Una larga, que tras pasar por el Risco Artuñero, llega al Puerto de Lagarejo, punto en el que la opción larga y corta se separan. La larga para llegar al Puerto del Pico, pasando por el Torozo. Y la corta, que llega a la cercana población de Serranillos.

Con las mochilas a nuestras espaldas, calzados apropiadamente y repartidas las emisoras, comenzamos la ruta a toque de silbato.

Un pequeño grupo de “corrilaris” elije el comienzo de ruta más escarpado, mientras que la mayoría optamos por una subida más tendida. 

Hoy me toca hacer de escoba y me sitúo en casi última posición, la Sra. Presidente y Compañía cierran una vez más el grupo. 

Las primeras cuestas se hacen duras y algún miembro de la expedición se va quedando atrás. Se pone de manifiesto, un poco, la falta de actividad durante el verano.

Un poco antes de llegar al Risco Artuñero, nos cruzamos con una apaciguada y lustrosa recua de caballos que nos miran impasibles.

Vemos pegasianos subiendo por la cuerda al Risco. César y yo, seguimos el “track”, subiendo más suavemente por un camino de piedras. Esto nos sirve para recuperar terreno y bajar pulsaciones después de un nuevo comienzo de ruta al más puro estilo Pegaso. 

Sin más descanso, nos encaminamos en busca del Risco Peluca, situado en la Sierra de la Centenera. A partir de ahora, la Presidente e Ismael, irán siempre detrás de la escoba disfrutando de su mutua compañía.

Por la emisora se escucha que los más avanzados han llegado al Risco Peluca y que Juan Carlos comenta, que no ha encontrado ninguna peluca, la cual proteja su cuero cabelludo del aire fresco, que corre hoy por la cuerda.

Me temo que yo tampoco encontraré en este lugar ninguna solución que proteja mi cara, esa que cada día me tengo que lavar más hacia atrás. 

Sucesivamente bajamos a collados y subimos cimas como si estuviésemos subidos en una montaña rusa. Pasamos por la cima de Cabeza Santa, Collado de la Cumbre, La Centenera, Collado de los Pozos, Cabezo, Cerro del Tambor, hasta que casi llegando al Cabezo de Gavilanes, alcanzamos a un grupo en el que se encuentra el Sr. Tesorero.

Se han parado a comer algo, nos dicen, a una cota más baja que la que dibuja la cuerda de esta sierra. Imagino que para evitar el aire fresco de la cumbre.

Es una ocasión propicia para aprovechar nuestra ventaja, debido a la mayor elevación y devolverle la colleja al Sr. Tesorero. Tampoco nos faltan las piedras que poder arrojar de forma disimulada. En esta ocasión, seremos magnánimos y dejaremos pasar la afrenta. Por si acaso, este grupo acelera para ganar altura nuevamente, llegando al Cabezo de Gavilanes antes que nosotros. Si han llegado a sembrar tantas canas en sus cabezas será por algo.

Levantando la vista hacia el cielo, se puede observar una rapaz en pleno vuelo. Bien podría ser un gavilán, haciendo honor a dicho pico, no podría aseverarlo con certeza, la vista no da para más.

Coincidimos bastantes personas sobre el pico. Aparte de ser uno de los objetivos del día, una figura metálica que corresponde a la silueta del gavilán, hace que todo el mundo quiera tener un entrañable recuerdo a modo de fotografía. 

Hasta ahora todo ha sido “cantar y toser” (ver vídeo). El piorno está menos crecido y más aplacado que cuando vinimos a inspeccionar la ruta allá por primavera (mil gracias, Antonio, Asun, Jose, Naty). Deduzco que ha facilitado el progreso por el mar de piorno, el paso de ganado. Numerosas muestras a modo de excrementos están repartidas a lo largo y ancho del suelo.

De nuevo nos volvemos a separar del grupo Cesar y yo. Todo el mundo ha comido y prosigue la marcha. Nosotros queremos hacer lo propio, aprovechando el cobijo que nos ofrecen las rocas.

¿Comemos un poco de esta espectacular tortilla de patatas? ¡Claro Patxi!  Terminamos el ágape con un poquito de delicioso chocolate negro (uhmm) y un aromático café recién hecho (uhmm, uhmm). Aunque tenemos que improvisar unos vasos (se me han olvidado en casa) con un tarro y el envase de un pequeño brick de leche.

¡Todo perfecto, todo güeno! – pienso para mis adentros, mientras me estiro y froto la tripota - Por detrás también paran a comer sobre el Cabezo, Carmen, Ismael y Javier, que está acusando la falta de ritmo, por su ausencia obligada en los últimos Cordales.

Con azúcar en el torrente sanguíneo y cafeína activando la glucolisis, proseguimos la marcha. Ponemos nuestro punto de mira en el Risco de Miravalles. Para ello, tendremos que pasar previamente por los Llanos del Cabezo, lugar en el que se nos une Fernando. 

Una vez alcanzado nuestro objetivo, descendemos irremisiblemente, describiendo pequeñas zetas, con cuidado de no resbalar porque la inclinación es bastante pronunciada.

Al ir descendiendo vemos que gran parte del grupo que ha optado por realizar la opción corta, están descansando y tomando el sol, en los agostados prados del Puerto de Lagarejo. 

Después de la relajación y con la mente puesta en el refrigerio, que de todas-todas nos queremos tomar. Recorremos los últimos kilómetros hasta Serranillos por una pista, en la cual, casi entrando en la población, encontramos unas zarzas y no podemos evitar parar para probarlas y algo más que probarlas.

El recorrido de la opción corta, entra a Serranillos por la parte alta del pueblo. Justamente en esta zona, se encuentra un bar, en el que ya habitan nuestros más raudos compañeros, dando rendida cuenta de unos frescos botellines, acompañados de patatas revolconas con torreznos, paella o tomates frescos regados con aceite del bueno. Y es que hay que celebrar siempre estas hazañas. Hacer piña mientras se comenta la jugada, al menos eso pienso. 

¡Pardiez! Y ahora que me doy cuenta, ¿qué ha sido del grupo de 22 participantes que hacían la ruta larga hasta el Puerto del Pico?

Puedo imaginar que algunos habrán subido al Puerto de Serranillos a las bravas, sin necesidad de pasar faldeando por un nuevo tramo de piorno, por el que se llega a una pequeña pradera y de allí a la ancha pista, que muere en la carretera, al llegar al Puerto del Pico.

Imagino que también habrán trochado para evitar la  tendida subida en amplias zetas que pasa al lado de esas antenas que se ven desde tan lejos. 

Habrán tomado el desvío por la Senda del Boquerón, atravesado un pequeño bosque y ascendido a Piedra Caballera. Si han echado la vista atrás, disfrutado de los Riscos de Villarejo, antes de ascender a esa gran petrea mole del Torozo. Una vez allí, regocijarse con la panorámica que ofrece el Barranco de las Cinco Villas (San Esteban, Santa Cruz del Valle, Villarejo, Mombeltrán y Cuevas del Valle).

Desde ahí descender al Puerto del Pico, a su restaurante, a tomar una cerveza o un refresco. Y con un poco de suerte comer unos pocos cacahuetes. 

En fin, el periodo de descanso de 9 horas del conductor está a punto de expirar y nos ponemos en contacto telefónico con el grupo de la opción larga, para comunicarles que en un rato estaremos ahí, para recogerles e iniciar el viaje de regreso a Madrid.

Hasta ahora hemos cumplido fielmente los horarios y aprovecho para pinchar un poco al Sr. Tesorero a este respecto. No dice nada debe estar cansado.

Terminado el viaje de regreso, vamos haciendo las obligadas paradas en Las Rozas, Plaza Castilla y Canillejas.

Este Cordal ha finalizado, tengo que escribir una memoria de lo aquí acontecido. Y como coordino la actividad de fin de semana del Puigmal-Canigó del siguiente mes de octubre, he de preparar de forma óptima  la salida, para no ser blanco fácil del Sr. Tesorero y su “máquina de dar collejas”.

P.D.: si aparece publicada esta memoria, significará que sobreviví… aunque sea a duras penas.

No puedo dejar de agradecer el buen comportamiento de todos los presentes, que no hubiese ningún accidente (salvo la sobrecarga en la espalda del pobre Izcue) y desear vernos en la próxima actividad del Puerto del Pico-El Hornillo.

Saludos para todos.

Vídeo Actividad: https://youtu.be/SRUdl1SARdg

 

 

 

 

 

Jesús E. García Bermúdez

 

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