Aproximadamente a 10 Km se toma un desvío a la izquierda que se dirige al pueblo de Huescar y, poco después, hay una bifurcación que va a la ermita. Desgraciadamente el cartel indicativo no estaba nada claro y no lo entendimos correctamente, en consecuencia, nos lo pasamos y tuvimos que volver, perdiendo unos 20 minutos.
Comenzamos a andar a las 9:15h tomando una pista forestal situada detrás de la ermita, que se alcanza atravesando unas terrazas por detrás de la ermita. Al inicio de la pista se deja a la derecha una casa y unos 10 minutos después nos condujo a un cruce donde un cartel indicaba el camino a La Sagra que sube por el Collado de las Víboras. En ese punto nos dividimos en dos grupos ya que la mayor parte tenía intención de subir por la pendiente que se conoce como El Embudo.
Para llegar a El Embudo continuamos un buen rato por la pista que iba tomando altura lentamente, poco a poco, la nieve empezó a tapar la pista hasta que la ocultó completamente. La pista conducía a Collados de la Sagra, inicio habitual para acometer El Embudo. Para evitar perder altura, en un momento dado tomamos un desvío a la izquierda que continuaba ascendiendo por la ladera de la montaña, hasta que la pista terminó y tuvimos que ascender por una ladera boscosa nevada, siguiendo unas antiguas huellas en la nieve, en la cual nos hundíamos bastante porque estaba muy blanda.
Nuestra intención era alcanzar El Embudo a media altura, sin embargo, en cuanto salimos de la zona boscosa nos dimos cuenta que un cordal nos separaba todavía de él. Continuamos subiendo por una ladera despejada cubierta por una pequeña capa de nieve, hasta alcanzar unas paredes de roca, en ese punto giramos a la derecha para alcanzar una pequeña brecha desde la cual se podía acceder ya a El Embudo.
Una vez que alcanzamos comprobamos que la consistencia de la nieve y la huella formada por los que habían subido anteriormente no requerían crampones para progresar, aparentemente. Sin embargo nos quedaban unos 400m de ascensión, durante los cuales las condiciones de la nieve podían cambiar, razón por la cual la mayoría de los participantes nos pusimos los crampones.
La subida por El Embudo se realizó sin ningún incidente destacable, siguiendo un camino en zigzag que permitió superar el desnivel de manera bastante cómoda. Al alcanzar la cuerda, la nieve empezó a escasear y nos quitamos los crampones, para llegar a la cumbre (2.381m).
En la cumbre nos encontramos con unas treinta personas que habían llegado anteriormente y coincidimos con el grupo que había subido por el Collado de la Víboras, camino por donde teníamos pensado descender.
El día era soleado, aunque un poco brumoso y desde la cima era perfectamente visible la Sierra de Cazorla, la Sierra de las Cabras que íbamos a ascender al día siguiente y al fondo Sierra Nevada. Después de comer y de tomar las fotos de rigor, empezamos el descenso, esta vez continuamos por la cuerda, descendiendo por un tramo un poco abrupto, pero sin dificultada hasta llegar al Collado de las Viboras, donde el camino se desvía a la izquierda para entrar en una zona boscosa. Bajar el sendero boscoso nos llevó unos 40 minutos hasta que alcanzamos una ancha pista.
Continuamos la pista hasta alcanzar una curva donde nacía una trocha a la derecha, Donde un participante que tenía un GPS nos indicó que si continuábamos por la pista íbamos a abandonar el track que habíamos cargado previamente. En ese momento recibimos una llamada por la radio por parte de un grupo que nos precedía y que había continuado por la pista. Les comentamos que seguramente la pista terminase en los Collados de la Sagra y que si querían llegar a los coches era necesario que subieran hasta la curva para tomar la trocha. Les esperamos, y una vez que les vimos continuamos por la trocha que nos llevó a una nueva pista.
La pista concluyó en el desvío que habíamos dejado a primera hora de la mañana y que habían tomado los participantes que no querían subir por El Embudo. Desde allí llegamos rápidamente a la Ermita de las Santas donde nos enteramos que varios participantes habían continuado por la pista hasta llegar a los Collados de la Sagra, desde donde habían llamado para que les fueran a buscar en coche.
Sin más incidentes llegamos al hotel donde cenamos una abundante cena consistente en un cocido de primero y carne mechada de segundo.
Domingo 17 de febrero. Ascensión a las Cabras (2.081m) y La Atalaya (2.084m) (techo de Albacete). Desayuno de nuevo a las 7:30h, aunque algunos participantes ya nos habían indicado que no tenían intención de hacer actividad ese día y que desayunarían más tarde. Aproximadamente a 8:30h abandonamos el hotel para dirigirnos al pueblo de Cañada de la Cruz, desde donde empieza un largo camino vecinal asfaltado que lleva a los Cortijos de la Carrasca, un pequeño caserío en la base de la Sierra de las Cabras.
Un habitante del pueblo nos indicó el inicio del camino, sin embargo no nos aclaró que era necesario tomar un desvió a la izquierda. Así que continuamos por el camino hasta que terminó la carretera, donde el conductor de un coche que venía en sentido contrario nos indicó que nos habíamos equivocado y que era necesario dar la vuelta hasta casi el principio para tomar el desvío a la izquierda. Desde allí, para llegar a los Cortijos de la Carrasca empleamos unos 15 minutos.
Una vez allí fue fácil encontrar el camino que se inicia desde la carretera al principio del pueblo. El camino va indicado por hitos, atravesando una zona de pinares hasta prácticamente alcanzar la cuerda, desde donde se alcanzar enseguida una de las cimas de la Atalaya (2.040m). Desde esta cima ascendimos a la cima principal (2.084m) y posteriormente continuamos hasta llegar a la cima del pico Las Cabras (2.081m).
Desde este pico continuamos hasta alcanzar el pico El Cagasero, desde donde iniciamos el descenso atravesando un bosque de pinos, sin encontrar sendero. El bosque termino en un cortijo, desde donde una pista nos llevó a la carretera, que tuvimos que recorrer durante 1,5 km hasta llegar a los coches. El recorrido supuso una ascensión de 630m y aproximadamente 10 km de longitud.
Muchas de las fotos que aparecen en este relato pertenecen a Ignacio López Yravedra.